martes, 10 de julio de 2007

La Mano del Muerto


Cuando regresaban de Temuco a Pucón, en el camión, después de haber hecho su compra de una hermosa urna en la capital de la Frontera, llovía torrencialmente, como sabe llover en el sur. Al llegar a Freire, un campesino sale al camino haciéndolo parar y rogándole al chofer que lo lleve hasta Villarrica. “Sube, sube atrás” le dice éste, y “apúrate que vamos atrasados”. El hombre subió, se sentó al lado de la urna, se levantó más el cuello del poncho de castilla y agachó más las alas del sombrero para que escurriera el agua, y se acurrucó.
Llovía tan fuerte, que el pobre hombre se fue acercando más y más a la urna, levanta la tapa y advierte que el interior está sequito y mullido y se mete furtivamente adentro.
Iba feliz. Al llegar al Fundo Coipué, un nuevo candidato a pasajero sale al camino, y atajando el camión, le ruega al chofer, lo lleve hasta Pucón. La respuesta fue la misma, pero gritándole sin sacar la cabeza de la cabina: “sube rápido, mira que este diluvio nos ahoga”. “Si patrón, gracias” le contestó el hombre y dando un salto a la rueda, tomándose de la barandas del camión y en un instante estuvo arriba.
Miró asustado la urna, pero arreglándose bien las botas de chivas que llevaba puestas, se sentó resignadamente al lado de ella.
Habían recorrido unos cinco kilómetros, más o menos, cuando el hombre que iba dentro del ataúd comienza a sentir la falta de aire y levanta la tapa, al mismo tiempo que va sacando la mano, poco a poco. Cuando ve esto el que estaba sentado afuera, lanza un grito de espanto y salta al camino, cayendo felizmente sobre unas zarzamoras, de las que habrá tenido que salir, aunque ni el chofer ni el acompañante que iba en la cabina , ni el “frustrado finado” que iba dentro de la urna, supieran más de él.


Tomado de:
“Efemérides militares, civiles y pequeñas historias” / Francisco Manríquez Belmar

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